El cuerpo ausente. Un proyecto de reconciliacion de cuerpos quebrados . Alejandra Prieto

mariana alejandra
Con este proyecto queremos rastrear en los cuerpos nuestra ausentes y silenciados por la violencia de una dictadura de 40 años nuestra identidad como grupo. Somos también hijos e hijas de la historia contada por otros, de la realidad contada por otros, donde todavía hoy miles de cuerpos ausentes siguen silenciados. Tristemente hoy seguimos asistiendo a actos violentos contra nuestros cuerpos, física, psicológica y verbalmente, continuamente, y como mujeres todavía más. Y nos hemos cansado de esta violencia gratuita, heredada, impuesta y hasta normalizada. Es hora de que hablen aquellos y aquellas que no pudieron hacerlo por mucho tiempo, que nos digan quiénes eran para saber quiénes somos nosotros. Necesitamos un ritual que concilie nuestros cuerpos y nuestra memoria quebrada e incompleta.
Esta investigación queremos hacerla a través del uso de nuestro cuerpo presente, la danza, el bunraku y el otome bunraku japonés y la palabra, para construir un universo donde podamos investigar la convivencia entre ambas presencias; la presente y la ausente. Ambas realidades se entremezclan en la memoria, pero nuestro apego a lo corpóreo y a lo efímero no nos deja comprender la historia que se va escribiendo en nuestro cuerpo; depositario de la memoria atemporal y al mismo tiempo inmaterial.
A través del muñeco bunraku y otome, de la danza y de nuestros cuerpos físicos queremos realizar un ritual donde podamos reconciliar las presencias y los lugares que quedaron mutilados; rescatando la posibilidad de habitar nuevos territorios donde se integre la memoria de aquellos cuyos cuerpos se perdieron.
El bunraku y el otome bunraku exploran el movimiento y el cuerpo, el inanimado del muñeco y el animado del performer. El bunraku japonés se manipula entre tres personas (con el rostro cubierto dos de ellas), tres cuerpos en una única respiración, cada persona responsable de una parte del muñeco. Nosotros queremos también investigar y deconstruir este bunraku tradicional, con el manipulador presente, que a veces serán dos, a veces tres, en ocasiones ninguno. El otome va pegado al cuerpo del performer, quien respira y da vida al muñeco a través de sus movimientos. Ambos bunrakus serán a veces muñecos incompletos, como su historia y presencia, cuerpos que necesitan de los nuestros para respirar y completarse. Nuestros cuerpos –huesos, carne y piel– se moverán y accionarán como intermediarios, cómplices de la experiencia directa del muñeco
Nos enfrentamos a la resistencia del recuerdo, al peso del olvido y al silencio forzado, que acalla voces y frena el movimiento. A través de lo inanimado, del bunraku y del otome, podemos penetrar en las huellas imborrables de los ausentes, los cuerpos que nunca recuperamos, que están perdidos en cunetas, en tapias de cementerio, en campos abiertos bajo el sol, o entre las rocas y bajo la hojarasca, el barro y las piedras en el bosque. Cuerpos que fueron fusilados, violados, humillados y ultrajados por el poder de los violentos, durante la Guerra Civil, el franquismo y también hoy. La violencia sanguinaria sigue operando, aquí y en todos los lugares que ocupan los humanos, quizá precisamente porque seguimos evitando hablar de los ausentes, habitar con ellos el espacio que también les pertenece.
Resulta paradójico que tanto se haya ensalzado el valor de la tierra, de la “madre patria”, estando esta “madre” y esta “patria” tan cargada de significado violento. O quizá no resulte significativo. La dama de Elche, representativa de la cultura íbera, es un monumento funerario, y con ella todas las otras damas de la cultura íbera que se han encontrado en numerosos pueblos de España. Hemos elegido este símbolo, la dama de Elche, como monumento funerario, para que nos ayude en este ritual de reconciliación.
Las coordenadas en las que vivimos no nos permiten viajar a nosotros mismos, porque están plagadas de cálculos erróneos, de mentiras cartográficas. Nuestra historia no es la que nos contaron, llena de silencios y voces largamente calladas y postergadas. Las vidas de los ausentes nos podrían llevar por un camino mucho más abierto hacia las entrañas de nuestra memoria física, aquella que se ha intentado borrar y estamos olvidando. Y vamos como cojos, como si nos faltara un brazo, un trozo en nuestra vida física… A retazos.
Y nos preguntamos: ¿Cuál es la presencia del cuerpo ausente? ¿Podemos reconstruir lo olvidado? ¿Podemos devolver la voz de quien la perdió? ¿Podemos dialogar con el silencio? ¿Dónde viven en nuestro universo cotidiano, en los espacios y los tiempos que habitamos, en nuestro cuerpo, los que fueron arrancados de nuestro lado? ¿Cómo su ausencia física modifica también nuestro entorno, nuestro cuerpo? ¿Podemos realmente reconciliarnos, a través de nuestros cuerpos, o es más fácil enterrar la memoria en el olvido y seguir habitando estos espacios pervertidos? Nos hemos refugiado en el placer superfluo, y la contención, pero no nos queremos conformar con estos silencios.
Sin título
Fig.1. Otome bunraku

Esta entrada fue publicada el Martes, 21 de enero de 2014 a las 19:56 pm y está archivada en la categoría Ponencias. Puedes seguir los comentarios de esta entrada a través de la sindicación RSS 2.0 . Puedes dejar un comentario, o un enlace desde tu propio sitio.

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