“Hacedoras de Títeres. El arte de encontrar el ánima de la materia”, Verónica Zamudio

veronica-zamudio-con borde

V Foro Femenino
23-11-2012 Bilbao, España

El precedente

La historia nos indica que en todos los rincones del mundo y en todas las épocas, los seres humanos hemos tenido la necesidad de representarnos. A escala, sintetizados, mejorados. Digo necesidad porque la veo en cada obra de arte que he tenido la oportunidad de conocer y porque yo misma la siento, una necesidad de representar mi propio concepto del ser, de representar a quienes me rodean, a quienes intuyo y a quienes imagino.

La historia lo demuestra, representarnos es una constante, la mayoría de las veces en dos planos y frecuentemente en tres. El volumen nos permite tener conciencia de nuestra propia materia. Tenemos una enorme muestra de los estilos y visiones de los artífices de todos los tiempos. Desde las pequeñas esculturas de piedra de la prehistoria, como la Venus de Willendorf, hasta los monumentales faraones de Abu Simbel en Egipto. Todos diferentes, sorprendentes, y a la vez todos iguales, todos un reflejo de cada uno de nosotros.

El antecedente prehispánico de lo femenino en México

En Mesoamérica (2,500 a. C.-1521 d. C.), el asentamiento de múltiples culturas prehispánicas que se desarrollaron en el territorio que ahora ocupan México y los países centroamericanos, se edificaron extraordinarios templos que contienen muestras representativas del arte de la época. Los pueblos mesoamericanos también nos dejaron constancia de sus formas de vida en innumerable objetos de uso cotidiano. En algunos lugares se realizaban piezas de barro cocido que representan, en su mayoría, mujeres. Estas piezas están articuladas, cabeza, brazos y pies están unidos al cuerpo con cuerdas, se sabe que estas “muñecas” servían como ofrenda o como juguete. También destacan las piezas de uso ritual y funerario que representan deidades zoomorfas.

La mujer, que es el símbolo de la fertilidad, la dadora de vida, es representada fuertemente en el arte mesoamericano, y como el arte de toda cultura antigua tenía por objetivo el diálogo con la divinidad. Así pues, las deidades femeninas son numerosas, las hay benéficas y destructoras. Los dioses varones tenían hermanas y madres poderosas que jugaban un papel muy importante en los mitos fundacionales. De aquí surge una fuerte influencia de lo femenino en el constructo de la memoria mexicana.

Uno de los mitos fundacionales más importantes de esta época es narrado en el Popol Vuh, libro que recrea el mito maya de la creación del mundo. En este mito el primer hombre fue creado por los dioses. Después de varios intentos con diversos materiales, pudieron hacerlo con maíz. Es notable que los dioses creadores se representan como dualidades que conjugan lo femenino y lo masculino. Así pues, como en otros relatos y la misma biblia, el creador máximo “hace” al primer ser humano de un material de la naturaleza y le da vida.

El ánima

La tradición prehispánica nos dice que toda la materia se integra a la naturaleza como un ser vivo. Estos materiales, minerales o vegetales, llegan a nuestras manos como pigmento, madera, papel, tela, inclusive como derivados del petróleo. Si la naturaleza ya tiene su propia ánima, lo que hacemos los artesanos es acercarnos a explorar esa materia y con ella responder a nuestra milenaria necesidad de representarnos. En un momento dado, después de poner imaginación, trabajo y pasión, dejamos a la vista y a la sensibilidad, esa ánima de la materia en forma de seres humanos o de animales, de seres fantásticos e inclusive de objetos considerados inanimados.

Las hacedoras

Las hacedoras somos mujeres que nos dedicamos a la actividad artística, en su mayoría son dramaturgas, directoras escénicas, actrices. Ellas, además del quehacer teatral, también se involucran en el diseño y hechura de los personajes. Mujeres, al fin y al cabo “dadoras de vida”. Mujeres que extienden la magia, que comparten su enorme sensibilidad, que imaginan, que encuentran el ánima en la materia y con ella dan vida a todo tipo de seres. Mujeres artistas, prendadas de por vida al fascinante mundo de los títeres.
Las hacedoras habitan en cualquier parte del mundo, tienen ideologías, edades y contextos históricos y culturales diversos. Pero todas creativas, sensibles y apasionadas. Hacer títeres es un reto, toda una empresa, a veces hasta una aventura épica. Las hacedoras son muy importantes en el oficio de los títeres, pues las hacedoras no sólo hacemos, transformamos, intuimos. Portamos un antiguo conocimiento cargado de vida.

Mi primer acercamiento

Mi papel con los títeres es el de hacedora, no soy dramaturga, ni actriz, soy diseñadora y artista visual. Mi participación en este mundo fascinante es “hacer”, aplicar al arte de los títeres mis conocimientos de composición formal, dibujo, técnicas plásticas y cuanta herramienta he podido reunir en mis años de vida.
Por supuesto guardo en la memoria los primeros títeres de mi infancia, en los espacios escolares y en el televisor, los juegos con muñecos y creaciones con plastilina. Luego vinieron intentos más serios, durante mi formación y desarrollo profesional, al diseñar personajes y dibujar historietas.

Pero mi primer verdadero acercamiento al oficio de hacer títeres fue hace casi 10 años, cuando ingresé al taller de elaboración de marionetas que impartía el Maestro Rogelio Archundia, en ese entonces Director de la Compañía Estatal de Marionetas del Estado de México, donde yo radicaba. Fue una gran experiencia y un enorme reto. El Maestro Archundia, artesano titiritero desde hace treinta años, nos compartió sus técnicas y descubrimientos. Llegó el día que le presenté mi primera pieza terminada, una mujer que hoy se llama Thamara, elegante y hermosa, con cierto dejo de nostalgia en la expresión. Después del taller algunos amigos y yo fuimos a un café del centro de Toluca. En este café se reunían escritores y académicos de la localidad, al entrar llevaba a Thamara en los brazos, pues no tomé previsiones para transportarla. El escritor Eduardo Osorio, amigo nuestro, se levantó de su mesa y fue a saludarnos, eufórico me preguntó por “Ella”. Me pidió la pieza y la llevó con los escritores, unas diez personas, según recuerdo, todos varones. Quedaron prendados del títere, la reacción masculina ante la pieza me causó mucha intriga. Luego Eduardo fue con el pianista y acomodó a Thamara sobre el piano, el músico tocó para ella, la miraba emocionado, creímos que trataba de conquistarla. Esa noche Thamara cosechó una gran cantidad de admiradores, después muchos más y, bueno, allí fue la gran revelación, ella tenía ánima. Si bien puse mi mayor empeño en su hechura, el alma no se la pude haber dado yo, se que le llegó de otro lado, claro, de la materia.

Como dijo el maestro Melquiades Herrera “Por obra de arte y alta magia…” el ánima simplemente se reveló ante nuestros ojos.

Es entonces cuando se concreta el pacto, el que habrá de durar toda la vida, el que nos llevará incansablemente a la búsqueda del ánima en cada trozo de naturaleza.

Esta entrada fue publicada el Jueves, 21 de febrero de 2013 a las 18:36 pm y está archivada en la categoría Ponencias. Puedes seguir los comentarios de esta entrada a través de la sindicación RSS 2.0 . Puedes dejar un comentario, o un enlace desde tu propio sitio.

Deja tu comentario

Debes identificarte para publicar un comentario.